Mi caballo me dice que ¡Si! o mi caballo me obedece,
Voy al campo y de seguida cuando me ve relincha y viene trotando contento para salir a pasear conmigo.
Cuando me oyen, relinchan para pasar al campo de la tarde.
Cuando salimos a caminar vuelve corriendo hacía mi si se asusta de algo, ó me pide que vaya primero para investigar algo que le interesa pero le da un poco de miedo.
Se acerca a mí para pedirme que le rasgue en algún sitio donde le pica.
Aún me acuerdo lo estupefacta que me quedé cuando empecé a utilizar refuerzo positivo. De repente los caballos paraban de seguida cuando les decías whoa!
Aprendían a hacer laterales, paso atrás, salidas a galope desde paso como si no hubiera un mañana. Me maravilló que lo que antes nos había costado tanto de repente salía con tanta facilidad.
Era totalmente nuevo para mí ver como ofrecían hacer cosas y ejercicios sin tener que convencerles ni prácticamente hacer nada.
Después de más de 20 años montando y entrenando caballos sentí algo muy liberador. De repente había espacio y tiempo, una comunicación, aunque era más bien unidireccional, sin ruidos ni interferencias. Un lugar donde las cosas fluían, donde me podía dejar llevar, donde podía estarme quieta y solo sentir. Sentirles a ellos.
Era una explosión de profundidades y matices que solo había experimentado antes en momentos fugaces. Los ejercicios eran los mismos que había hecho durante años, pero parecía tan diferente.
No es de extrañar que me dejé llevar, era como si siempre hubiese caminado en la penumbra y de repente veía la luz.
Enseñe a unos 20 caballos todos los laterales, paso atrás, piruetas, moverse en equilibrio sin tener que pedirlo, salidas a galope, cambios de equilibrio etc.
Publicaba fotos y videos en las redes sociales de cómo se movían y trabajaban mis caballos y la gente alucinaba igual que yo. Y encima bitless.
Un día una mujer de Canadá en un grupo de Hempfling me preguntó por la expresión facial de uno de mis caballos. En la foto estaba en perfecto equilibrio y se movía bio mecánicamente óptimo, pero la expresión no acompañaba.
Intentaba justificarlo, porque claro, algo tan maravilloso y perfecto, como iba a estar mal.
Pero SI estaba mal, a él no le gustaba hacer aquello en aquel momento, por la razón que sea, aburrimiento, falta de motivación, cansancio, desconexión, dolor, incomodidad física y/o mental. Ponía una cara de estar aguantando el tipo y ya está.
Fue muy duro comprender que algo que había parecido tan fantástico en realidad no lo era.
Que lo que había parecido un ¡Si!, en realidad era un simple ¡Vale¡
Vale lo haré porque me compensas con un premio
Vale lo haré porque te hace mantenerte más positivo y así me agobias menos
Vale lo haré aunque en realidad no me apetece ni estar contigo
Vale lo haré para hacerte feliz
Vale lo haré para acabar antes
Yo he aprendido que no quiero un vale, quiero un sí. Sonrío por dentro cuanto mi caballo elige estar conmigo, sonrío dentro de mi cuando apoya su cabeza contra mi hombro para estar cerca de mí, sonrío por dentro cuando lo veo disfrutar y ser feliz.
No hay ejercicio de doma que valga, ni nada que lo justifique si las dos partes del binomio no disfrute de ello.